Hablar de
Francisco de Goya es hablar de contemporaneidad. Es considerado uno de los
artistas europeos más importantes de su tiempo ya que ejerció una gran influencia
en la evolución de la pintura, pues sus últimas obras han llegado a
considerarse como precursoras del impresionismo.
Goya no fue un
genio joven. Su gran producción hay que buscarla fundamentalmente a partir del
año 1792, donde se produce un punto de inflexión en su vida personal: fue diagnosticado de anacusia (pérdida total de la audición). A partir de aquí Goya se interioriza y se convierte en
un artista diferente. Hay expertos que dicen que, si Goya hubiese muerto en 1792,
no hubiera sido un pintor tan importante, puesto que sus obras más prolíficas
se suceden en esta etapa personal. No hubiera sido, por tanto, el abanderado
del surrealismo en el arte de Occidente.
"El Quitasol" (1777). Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid. |
Francisco de Goya y Lucientes nació el 30 de marzo de 1746 en una modesta casa en Fuendetodos (Zaragoza). Fue el cuarto hijo del matrimonio formado por José Goya, un dorador de retablos religiosos, y de Engracia Lucientes. Su familia, perteneciente al gremio de los artesanos, le harán entrar en contacto con el mundo del arte desde edad muy temprana. Con trece años empezará a recibir enseñanzas artísticas de la mano de su primer maestro, el pintor José Luzán y Martínez, pintor tardo-barroco muy conocido en la época que había tenido contacto con la técnica ilustrada del siglo XVIII.
Dentro de la producción artística de Francisco de Goya encontramos varias etapas: una primera que transcurre en Madrid entre los años 1775-1792, donde consolida y desarrolla sus primeras pinturas; una etapa de crisis en torno a los años 1792 a 1808, donde renueva su forma de crear y ya adquiere una plena madurez creativa; y por último la segunda etapa de crisis o de genialidad para muchos, ya que en ella pinta lo que serán sus obras más importantes.
"El pintor Francisco de Goya". (1826) Vicente López Portaña. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid. |
En esta ocasión vamos a centrarnos en el primer periodo, en el que se concentran sus trabajos para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara en Madrid con el hecho de ser nombrado pintor de cámara. Los cartones para tapices entraban dentro del género de la pintura decorativa y, aunque preparatorios para los tejidos, sus bocetos fueron muy apreciados en su tiempo como “cuadros de gabinete”. Las varias series de cartones para tapices pintadas por Goya le sirvieron para situarse en la corte y darse a conocer hasta llegar a ser “pintor del rey”. Esta nueva misión implicó que debía adaptarse a la vida en el campo, lo que inspiró sus idílicas representaciones rococó. De los más bellos de estos cartones de tapices es el conocido “Quitasol”, que fue realizado en 1777 para el comedor de los Príncipes de Asturias en el Pardo.
El quitasol o
parasol es una obra pictórica realizada por Francisco de Goya en óleo
sobre lienzo, como boceto de tapiz. Sus dimensiones son de 104 x 152 cm. y se
encuentra en el Museo Nacional del Prado de Madrid, concretamente en la sala número
86. Como se indica
líneas más arriba, esta obra formaba parte de una serie de diez cartones para
tapices de temática campestre que decorarían el comedor del Infante don Carlos,
futuro Carlos IV, y su esposa María Luisa de Parma. Formaba pareja con el cartón
titulado El bebedor.
Es una escena
costumbrista de influencia claramente francesa, una de las más elegantes de la
obra de Goya, y una de las más conocidas de la pintura española. En la
composición, una joven dama muy coqueta y de piel pálida aparece acompañada de
un hombre ataviado de “majo”, modelo de vestimenta en el Madrid de la segunda
mitad del siglo XVIII. Este muchacho sostiene con su mano derecha una sombrilla
de color verde con la que tapa a la joven para que el sol no le deslumbre. Se
complementa la escena con un paisaje vaporoso y un muro en la parte izquierda
de la misma.
El esquema de la obra
es piramidal, respondiendo a las influencias clasicistas que Goya aprendió de
Anton Raphael Mengs. Un triángulo parece enmarcar a cada uno de los jóvenes, lo que induce
estabilidad y serenidad.
Así mismo, se aprecian también líneas diagonales dibujadas con la mano que sostiene el abanico o la línea del muro de parece prolongarse con el mango de la sombrilla. Estas diagonales contrarrestan con las diagonales del árbol y cuyos puntos de fuga convergen en los dos personajes principales. De esta manera se centra la atención del espectador en el primer plano, no en lo secundario, algo que queda constatado en el juego de miradas de la muchacha con el público que admira la obra. En cuanto a la simulación de la profundidad, el pintor distribuye las figuras en dos planos separados por un montículo, mismo esquema que emplea el autor en el cartón compañero, El bebedor.
Detalle de las líneas diagonales que convergen en el centro de la composición de "El quitasol". |
Mas allá de los aspectos
estéticos, el cuadro tiene también numerosos mensajes subliminales. Por
ejemplo, la mirada de la dama al espectador es una mirada limpia, dulce. El
hecho de que lleve el abanico recogido en su mano derecha nos sugiere que se
trata de una dama recatada, no hay mensajes íntimos detrás. Además, un perro aparece
descansando en el regazo de la dama, señalando fidelidad.
Destaca en esta
obra la explosión de colores con predominio de tonos pastel, el contraste entre
el amarillo de la falda y el azul del corpiño, el protagonismo del verde del
parasol que encuentra su equilibrio en el verde de los árboles del otro lado de
la composición o la degradación de la luz en el rostro de la dama que se filtra
a través del quitasol.
Algunos estudiosos
han visto en El Quitasol una representación alegórica que rebasa el simple tema
galante para entrar en el amplio mundo de la coquetería y la vanidad femeninas
en contraposición al joven que acompaña, tratado en calidad de lacayo y no en
concepto de pareja.
Este lienzo ha
participado en numerosas exposiciones como la celebrada en Florencia en 1986 y
que se titulaba “Da El Greco a Goya” o la organizada en el Palacio Real de Madrid
en 1996 y que respondía al nombre de “Tapices y cartones de Goya”, entre otras
muchas.
Sin duda alguna
esta obra nos ofrece una contraposición a lo que serán las pinturas de su segunda
etapa, en las que la composición se vuelve más oscura y tenebrosa, fiel reflejo
de la depresión que el pintor comenzó a acusar a raíz del diagnóstico de su
sordera. Sea como fuere, Goya sigue
siendo uno de los referentes de la pintura española y ello se demuestra en el
interés del público por conocer su obra en cualquiera de las instituciones que
guardan con mimo su enorme producción.
Fuentes:
AA.VV. (2009) “La guía del Prado”. Madrid,
Museo Nacional del Prado.
ROLF, T. (2006) “Neoclásico y
Romanticismo: Arquitectura, pintura, escultura y dibujo”. Ed. Ullmann & Könemann.
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