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Montañés y el arte de la retablística


Cuando hablamos de Juan Martínez Montañés, pensamos en esculturas como Nuestro Padre Jesús de la Pasión o el Cristo de los Desamparados. Sin embargo, además de ser un prolífico escultor, también dedicó gran parte de su vida a la realización de retablos. Aunque el maestro supo crear sus propios diseños, en ocasiones también hizo retablos trazados por otros artistas, siendo la más completa de sus colaboraciones en este campo la que tuvo lugar con Juan de Oviedo y de la Bandera. Es por ello que las últimas décadas del s. XVI y las primeras del XVII, supusieron una edad de oro para el retablo sevillano, tanto por la abrumadora cantidad como por su elevada calidad e inmensa proyección americana.

Montañés fue el más reconocido de todos los retablistas de la época, debido a su excelente calidad escultórica, a su refinada y sutil decantación de la estructura arquitectónica de sus retablos y a la perfecta adecuación de sus imágenes a las ensambladuras que las albergaban. Su obra es un gran catálogo de esculturas de perfecta factura, caracterizadas por su superlativa elegancia y marcado carácter estático, simétrico, frontal y ensimismado. 

Nave central y retablo mayor de la Iglesia de San Miguel de Jerez de la Frontera (Cádiz).

La inmensa mayoría de imágenes fueron creadas no para estar expuestas de manera aislada, sino para recibir culto en el marco de retablos. Se evidencia así que el retablo es un arte múltiple, una suma de arquitectura, escultura y pintura. Debemos advertir que el título que ostentaba Montañés de maestro arquitecto junto con el de escultor y entallador no hacía referencia ni a la cantería ni a la albañilería. Éstas últimas ocupaciones son las relativas a lo que hoy conocemos como ensambladores de retablos, vocabulario empleado a partir de mediados del XVI.

Las formas de los retablos de Montañés fueron tomadas de la tratadística arquitectónica del Renacimiento italiano. En sus dibujos y bocetos, la arquitectura aparece perfectamente trazada, mientras los huecos que quedan a modo de hornacinas están en blanco y sólo aparecen escritos los temas escultóricos que las ocuparían. Tal detalle ha permitido la identificación de muchas trazas y evidencia la relación entre la arquitectura y la escultura de éstos y de todos los retablos, a la vez que muestra la distinta manera de trazar ambas artes, es decir, una constatación de la maestría de Montañés.

Traza de los retablos de la Inmaculada de la Parroquia de El Pedroso (Sevilla) a la izquierda y del retablo mayor del monasterio de Santo Domingo de Portaceli de Sevilla a la derecha. Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia.

Sus retablos responden a diversas tipologías, aunque todos presentan rasgos comunes, como la armonía entre las partes componentes. Estas tipologías podrían ser los retablos de composición plural, los retablos de estética bajorrenacentista y los retablos tabernáculos. A la primera categoría corresponden básicamente los retablos mayores. Los segundos componen un gran arco que sirve de enmarque al propio retablo, mientras que en el último apartado se engloban aquellas piezas compuestas por una caja central en la que se aloja una escultura, con columnas laterales y un ático como remate. En todos se emplea un variado repertorio ornamental compuesto por cartelas, guirnaldas o figuras recostadas.

Dentro del primer grupo de retablos, en los que se encuentran los llamados retablos mayores, vamos a resaltar dos de los más importantes en la producción de Montañés.; en primer lugar, hablaremos del retablo mayor del Monasterio de San Isidoro del Campo y en segundo lugar del retablo mayor de la Iglesia de San Miguel de Jerez de la Frontera.

Muy cerca de Sevilla, en la localidad de Santiponce, se encuentra una de las obras más impresionantes de Juan Martínez Montañés y quizás también uno de los retablos más significativos de la Escuela Sevillana del siglo XVII. Era el centro del monasterio de los Jerónimos que existía muy cerca de la ciudad de Itálica, y en el que quisieron tener su enterramiento D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Dña. María Coronel. Este retablo fue realizado entre 1609 y 1613. El monumental retablo, prodigio de equilibrio, proporción y virtuosismo, posee una planta poligonal para poder adaptarse a la forma del presbiterio, con tres calles, dos cuerpos articulados por columnas corintias y un ático flanqueado por columnas entorchadas. Se apoya sobre un banco policromado con exquisita decoración de grutescos y motivos eucarísticos, entre los que destacan la representación de la Sagrada Cena y las ménsulas sostenidas por niños atlantes con las figuras de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

Retablo Mayor del Monasterio de San Isidoro del Campo, Santiponce (Sevilla).

El primer cuerpo está presidido por la magnífica talla de San Jerónimo penitente, realizada en bulto redondo para tener la posibilidad de procesionar en el caso de que los monjes lo quisieran. Su fuente de inspiración es claramente Pietro Torrigiano con su San Jerónimo. En esta escultura Montañés supo trasladar perfectamente a la madera las privaciones y la disciplina de la vida eremítica. A ambos lados del santo, tenemos los alto relieves de las dos Epifanías: La Adoración de los Pastores y la Adoración de los Reyes, en las que llega a su más alto grado el nivel de maestría de Montañés, debido al equilibrio de la composición, la calidad técnica de las tallas y la elegancia en la expresividad de las figuras.

Detalle del San Jerónimo Penitente de Montañés.

El segundo cuerpo tiene su centro en la figura de San Isidoro, revestido de pontifical, con el báculo y un libro en sus manos. A ambos lados encontramos los temas de La Resurrección y la Ascensión, y en el ático la representación de la Asunción de la Virgen. En los frontones encontramos las representaciones de las virtudes, que a su vez rematan las calles laterales: La Justicia, La Prudencia, La Templanza y la Fortaleza. Corona todo el conjunto un crucificado adorado por dos ángeles.
A ambos lados del retablo mayor, encontramos las esculturas orantes de los patronos del monasterio, en madera policromada y que están realizadas de una manera muy cuidadosa, tratando de combinar el verismo del retrato con el tratamiento heroico de la escultura de historia. Los túmulos muestran a don Alonso y a su esposa con todo su aparato simbólico y en posición orante, arrodillados sobre unos almohadones frente a sendos reclinatorios, bajo las armas heráldicas de ambos linajes.

Don Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno. 1609-1613. Madera tallada, estofada y policromada. Monasterio de San Isidoro del Campo, Santiponce (Sevilla)

En cuanto al retablo de la parroquia de San Miguel de Jerez de la Frontera, debemos decir que es otro de los hitos de Montañés y de todo el retablo español de la primera mitad del siglo XVII. Aunque su génesis se fija en 1601, combinando relieves y pinturas, el proyecto definitivo no se fecha hasta 1617, con traza de Montañés y de carácter completamente escultórico, que no llegó a acabar nuestro protagonista, ya que traspasó lo que aun restaba por hacer en 1641 al escultor José de Arce, que ejecutó los relieves laterales del segundo cuerpo y cuatro esculturas exentas. Su policromía no fue concluida hasta 1655 y se ocuparon de ella maestros como Pacheco. 

Vista general del retablo mayor de la Iglesia de San Miguel de Jerez de la Frontera (Cádiz). H. 1617. Juan Martínez Montañés y José de Arce.

El retablo mayor de San Miguel es la demostración palpable del triunfo de la escultura en el retablo. Destaca el juego de sus cajas, rematadas alternativamente por dinteles y arcos, lo que establece un sincopado ritmo. El sentido vertical que tiene San Miguel no solo lo imprime su estructura, sino también sus esculturas, como los tres altísimos relieves de su calle central cuyos protagonistas son, de abajo hacia arriba el demonio en la batalla con San Miguel, Cristo trasfigurado y Cristo ascendido. En la misma línea apuntan las imágenes exentas que se disponen ante las columnas que lo flanquean, las cuales parecen querer rivalizar con tales soportes corintios y entorchados. Las que se disponen en el primer cuerpo son San Pedro y San Pablo, que estuvieron presentes en la exposición del Museo de Bellas Artes de Sevilla “Montañés, maestro de maestros”.

Detalle de la escena titulada "La batalla del demonio con San Miguel", situada en el primer cuerpo del retablo.

Haciendo un breve repaso por las escenas representadas, diremos que en el primer cuerpo encontramos, como hemos dicho anteriormente, el altorrelieve de la Batalla de los demonios con San Miguel Arcángel, flanqueada por las escenas de la Natividad y la Epifanía. En el segundo cuerpo figuran la Transfiguración del Señor en el centro y en los lados la Anunciación y la Circuncisión, más las esculturas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Recostados sobre los frontones se hallan las representaciones de la Fe y la Esperanza. En el ático vemos la representación de la Ascensión del Señor, flanqueados por los arcángeles Gabriel y Rafael, y las esculturas exentas de Santiago Apóstol.

Detalle del segundo cuerpo del retablo de San Miguel, con la escena de la Transfiguración en la calle central.

Montañés supuso un hito a la hora de realizar retablos que servían además como catequesis al fiel que lo contemplaba en los actos litúrgicos a los que acudía. Este aspecto pudo además ser el causante de la evolución del retablo sevillano hacia el Barroco, cuando la escena principal dejaba de ser conmemorativa para pasar a adoctrinar al devoto.



Fuentes
AA.VV. (2019) "Montañés, maestro de maestros". Catálogo de la exposición. Sevilla, Museo de Bellas Artes. Junta de Andalucía. 
FALCÓN MÁRQUEZ, T. (1993). "Iglesia de San Miguel. Jerez de la Frontera". Sevilla, Caja San Fernando.
ROLF, T. (2004) “El barroco: Arquitectura, escultura y pintura”. Ed. Ullmann & Könemann


Imágenes
Imagen 1: Wikiwand
Imagen 2: Catálogo de la exposición "Montañés, maestro de maestros", pág. 33.
Imágenes 6, 7 y 8: Junta de Andalucía

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