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Velázquez y la mitología: Las hilanderas


Sevilla fue en el siglo XVII, después de Madrid, el centro artístico más importante del Imperio Español. A principios de siglo, Sevilla seguía siendo la ciudad mercantil más importante, pues desde ahí se desarrolló un floreciente comercio con las Indias, las colonias españolas en ultramar, tras la colonización del continente americano. Los artistas españoles barrocos (sobre todo los pintores), bien merecen un capítulo destacado en cualquier libro debido a su riqueza compositiva, creatividad y genialidad. Influidos tanto por el tenebrismo italiano como, más tarde, por el colorismo y la luminosidad de los países septentrionales, ponen su arte al servicio de la Iglesia y de la corte. Abundarán los temas religiosos y los retratos de miembros de la familia real y de la corte. Dentro de estos nombres, destacamos hoy a uno de los pintores más célebres, Velázquez.

Velázquez desarrolló un estilo realista y naturalista, mostrando un dominio perfecto de los colores y la incidencia de la luz en la composición. Pintó escenas mitológicas e históricas, pero también fue un excelente retratista que supo captar la psicología de sus personajes, y en las composiciones sobresale su destreza en aplicar la perspectiva aérea para crear profundidad.

En la semana en la que se cumple aniversario de su nacimiento queremos ahondar en la vida del pintor, así como destacar una de sus obras más especiales, Las Hilanderas o también conocida como La Fábula de Aracne.

Las hilanderas (H. 1657). Óleo sobre lienzo.  Museo Nacional del Prado, Madrid.

En primer lugar, vamos a comenzar, como suele ser habitual, con un breve repaso por la vida del pintor, que nos servirá de contexto de la obra elegida.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nació en Sevilla en 1599. No se sabe bien el día concreto, pues el primer dato de vida del pintor es su bautizo, el 6 de junio del mismo año. Su padre, Joao Rodríguez Silva, era de origen portugués. Sin embargo, su madre, Jerónima Velázquez, era sevillana, de la que adopta su apellido según la usanza portuguesa y andaluza de la época. 

En un clima de popularidad y riqueza de la Sevilla de inicios del XVII, Velázquez inicia, a la edad de 18 años, su formación. Alrededor de 1609 pasa unos meses en el taller de Francisco Herrera el Viejo, pintor dotado de extremado gusto y talento, muy conocido también por su mal carácter. Es por ello que Velázquez se cansó pronto de soportar su temperamento severo y se dirigió hacia el taller de Francisco Pacheco, con el cual estipuló el 1 de diciembre de 1610 un contrato de aprendizaje de cuatro a seis años de duración. 

En la primavera de 1617, a la conclusión del plazo, Velázquez superó el examen requerido para la práctica del arte. Sus examinadores fueron Pacheco y Juan de Uceda. Un año más tarde, el 23 de abril, Velázquez contrajo matrimonio con Juana, la hija de su maestro Pacheco. A partir de entonces, Velázquez comienza a dedicar sus esfuerzos en contentar a su clientela que procedía, en mayor medida, del ámbito eclesiástico. Le pedirán temas religiosos y cuadros de devoción, ciclos monásticos, naturalezas muertas y retratos. 

Autorretrato (H. 1650). Óleo sobre lienzo. Museo de Bellas Artes de Valencia.

Sin embargo, fue en la corte donde Velázquez desarrolló su verdadera personalidad pictórica. Viajó por primera vez a Madrid en 1622, poco después de la subida al trono de Felipe IV. Llamado por el conde-duque de Olivares, volvió al año siguiente para asentarse definitivamente, siendo nombrado poco después pintor de corte. Esta posición determinó los temas de sus pinturas e hizo que buena parte de sus obras fuesen retratos, sobre todo en su primera etapa cortesana.

 En 1628 el rey lo nombró empleado de cámara, iniciando así una carrera cortesana que le llevaría a conseguir y ejercer distintos cargos de creciente importancia. Estas ocupaciones le quitaron tiempo para pintar, sobre todo en las últimas décadas de su vida, pero le ayudaron en su búsqueda de ennoblecimiento, que era también el reconocimiento de su propia pintura. Su modelo en este sentido fue Rubens, quien viajó a Madrid en 1628 como embajador para negociar la paz entre España e Inglaterra. Este artista compartió estudio con Velázquez en sus estancias en Madrid y seguramente impulsó al pintor español a viajar a Italia en 1629. Allí, avalado por numerosas cartas de recomendación, conoció a artistas como José de Ribera. Este viaje fue fundamental en la evolución de la pintura de Velázquez, que se abrió a nuevos horizontes. Tras el primer viaje a Italia, veinte años más tarde regresó por encargo del rey para adquirir obras de arte para decorar sus palacios, y también con el deseo de mostrar su valía como pintor en la ciudad que todavía era centro artístico de Europa.

Desde su regreso de Italia en 1651, sus cargos cortesanos le robaron cada vez más tiempo para pintar, a pesar de lo cual en los últimos años de su vida realizó algunos de sus cuadros más asombrosos, entre los que se incluyen la obra que nos ocupa en esta publicación; Las hilanderas, junto con Las Meninas.

Velázquez murió en Madrid el 6 de agosto de 1660 de una enfermedad que contrajo al poco de volver de la Isla de los Faisanes, donde asistió al enlace matrimonial entre la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, y Luis XIV de Francia.

Adentrándonos de lleno en el comentario de la obra protagonista de la publicación, nos llama la atención que a simple vista Las hilanderas parece una representación de una escena cotidiana de hilatura, cuando lo cierto es que su interior esconde muchísimo más. Esta obra, hermética y compleja, ha suscitado numerosas interpretaciones ya que guarda en su interior la Fábula de Aracne, que se describe en el libro sexto de La metamorfosis de Ovidio.

La mayor parte de los críticos fecha el cuadro hacia 1657 basándose en las influencias y en el estilo de escuela italiana, fácilmente identificables. Fue pintada para el regidor don Pedro de Arce, funcionario de la corte. 

El cuadro está pintado en óleo sobre lienzo con unas medidas de 220 x 289 cm. y actualmente se encuentra en la sala número 12 del Museo Nacional del Prado de Madrid, a donde llegó tras haber sido depositado en la colección Medinaceli, el Alcázar, el Palacio del Buen Retiro y el Palacio Real. Estas medidas fueron inferiores hasta el siglo XVIII, donde se añadieron más de 50 cm. por la parte superior y 37 por los laterales tras un incendio que sufrió la obra en el Alcázar en 1734. Esas alteraciones afectaron a la lectura de la obra, pues dieron como resultado que la escena que transcurre ante el tapiz se sitúe mucho más lejana. Por ello durante mucho tiempo se pensó que esta obra era sólo un cuadro de género, una representación de gran verismo de la labor de las hilanderas en la Real Fábrica de Tapices de Santa Isabel de Madrid, debido a que no se daba importancia a la pequeña estancia fuertemente iluminada del fondo.

Radiografía realizada al cuadro de "Las hilanderas" donde se pueden apreciar los añadidos posteriores del siglo XVIII.

Es allí donde se encuentra el motivo principal del cuadro, en un segundo plano, una escena mitológica que transcurre ante tres damas en pie delante del tapiz: Minerva o Atenea, diosa protectora de las artes, convierte en araña a su alumna Aracne, una simple mortal que había osado a desafiarla en su habilidad manual, ante el tapiz que ésta última había tejido supuestamente con tanta maestría como la diosa. El tapiz tejido por Aracne reproduce un cuadro de Tiziano, El rapto de Europa, con lo que Velázquez equipara la obra del italiano a la de la propia diosa. Aquel cuadro fue a su vez copiado por Rubens durante su viaje a Madrid entre 1628 y 1629.

Detalle del segundo plano donde se representa el castigo de Atenea a Aracne, así como el tapiz con el lienzo de Tiziano "El rapto de Europa".

Sin embargo, en el primer plano, parece mostrarse lo que podría ser el trabajo en un día normal de la fábrica de tapices. No obstante, vuelve a ser una representación de Atenea y Aracne, es decir, el momento de la competición de tejer el mejor tapiz. Esto se demuestra porque Atenea aparece disfrazada de anciana en la parte izquierda de la composición, la cual es descubierta por su pierna esbelta y joven.

Detalle de la pierna de Atenea en primer plano.

En el lado derecho encontramos a una joven Aracne que se afana en las tareas propias del hilado y tejido de tapices y que está acompañada por dos muchachas vestidas con ropajes típicos del s. XVII, que a su vez representan las artes liberales, simbolizado también en el violonchelo del fondo (se pensaba además que la música de este instrumento curaba las picaduras de araña).

Detalle del violonchelo, símbolo de las artes liberales.

Las mujeres tanto del primer como del segundo plano se disponen en círculo, lo que otorga una mayor relación entre ambos:  el cuadro presenta dos escenas contiguas; en el primer plano el tejido del tapiz y en el segundo el castigo. A propósito de los planos, Velázquez resuelve magníficamente la composición de la escena mediante la disposición de las figuras y los contrastes de luz, a la vez que dirige de este modo la mirada al espectador, para ayudarle a interpretar el tema del cuadro.

Composición circular de las damas del primer y segundo plano.

Las figuras de la diosa y su rival están en escorzos contrapuestos y forman una V que dirige nuestra vista hacia la penumbra del fondo. Una tejedora a contraluz ocupa el centro del cuadro y supone un contrapunto de penumbra entre las dos zonas más iluminadas. El plano del fondo, sin embargo, destaca por su potente iluminación diagonal, al que se dirige la mirada del observador para resolver el acertijo en el que Velázquez ha convertido el cuadro.

Velázquez muestra además su erudición tanto en el tema como en la composición escenográfica porque se inspira de algunas figuras pintadas por Miguel Ángel para la Capilla Sixtina, de ahí que  aúne en su pintura claras referencias italianas tras los viajes que realizó durante su etapa de madurez.

La técnica utilizada por el autor es una pincelada suelta, pero también con detalles de pinceladas finas y diluidas muy bien definidas para el espectador en ciertas partes del cuadro, como en la de Atenea que, a pesar de estar alejada de la visión principal, se pueden observar los detalles de sus atributos, además del uso de tonos ocres, tierra y óxidos para distinguir bien las partes del cuadro, principalmente porque el autor recrea dos ambientes muy distintos dentro de la misma obra. Esto, junto con el extraordinario y detallado manejo de la luz, convierte este lienzo en una de las obras cumbre de Velázquez, así como de la pintura del barroco y de la historia del arte universal por su detallismo, trabajo del color, manejo de la perspectiva aérea y el juego de luces que hacen que el espectador parezca que está dentro del taller viendo trabajar a las mujeres, característica compartida con el barroco general, que busca la complicidad con el espectador, creando escenografías teatrales. Además, debido a la técnica diluida, se anticipa el Impresionismo, por la sensación de las figuras borrosas.

Composición en "V" del primer plano de Las hilanderas.

Son numerosas las interpretaciones que han ido surgiendo de esta pintura y que quieren ver en ella un significado más profundo y más enigmático. Una de ellas ve en la pintura una reivindicación del arte como actividad noble, lo que encajaría dentro de los debates del momento sobre la nobleza o no de una actividad en gran parte manual y de las aspiraciones de Velázquez de convertirse en caballero. En este sentido, es necesario fijarse en las numerosas alusiones al arte, a su historia y a su creación que podemos encontrar en la pintura. Así, por ejemplo, la propia historia de Aracne nos cuenta una disputa entre un ser divino y una artista. Del mismo modo, podemos ver el cuadro dividido en dos partes, que se corresponderían con los procesos de creación artística: en primer plano la parte manual y en el segundo la parte intelectual. Otra visión diferente entiende el cuadro como una reclamación de Velázquez de su puesto dentro de la historia del arte, ya que aquí el pintor hace alarde de su capacidad para captar el movimiento de un modo verídico con ejemplificación en la rueca.

Sea como fuere, estamos ante una de las obras maestras de Velázquez donde en poco espacio se nos cuenta una historia perfectamente hilada con combinación de mitología y arte.


Fuentes
AA.VV (2003) "Velázquez", en Los grandes genios del arte. Biblioteca El Mundo.
AA.VV. (2009) “La guía del Prado”. Madrid, Museo Nacional del Prado.
ROLF, T. (2004) “El barroco: Arquitectura, escultura y pintura”. Ed. Ullmann & Könemann.

Recursos electrónicos
Museo Nacional del Prado
Croma cultura
InvestigArt
Universidad de Valencia

Comentarios

  1. Documentadísimo trabajo! Un placer. Gracias.

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    1. Nos alegra que la lectura de este post haya sido de su agrado. Siempre es un buen momento para redescubrir al genio Velázquez. Gracias por su interés.

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